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  • Carlos Collantes Díez

29. ¿DESDE DONDE MIRAMOS?

29 Julio 2023 209

La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos pero no más hermanos”, nos lo recuerda Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, 19. Nos hace más cercanos, pero no necesariamente más humanos. La fraternidad implica capacidad de acercamiento y de empatía; de acercamiento cordial vivido desde el corazón y de acercamiento real expresado en la solidaridad.

La distancia impuesta por la pandemia del coronavirus puede hacernos paradójicamente más cercanos si nos sentimos cordialmente más unidos y más vinculados; si desde una conciencia mayor de nuestra mutua dependencia y desde nuestra común vulnerabilidad aprovechamos la situación dolorosa para crecer en humanidad y fraternidad.

Vulnerabilidad e interdependencia están siendo experiencias esenciales y determinantes vividas, de una forma u otra, por todos y que nos impulsan a sentirnos más responsables los unos de los otros, responsables también de nuestra casa común, de nuestra tierra.

Barro transfigurado

Escribe el Papa Francisco en la encíclica Laudato si: “El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre.” (LS 233) Mística. Una palabra de fuertes resonancias espirituales que nos estimula a ver a Dios en todo lo humano, en todo lo creado. La mirada mística es una mirada de amor porque significa mirar como Dios. S. Juan de la Cruz nos lo dice: “el mirar de Dios es amar”.

La primera expresión de nuestro santo fundador Conforti con la que yo me encontré fue: “Ver a Dios, amar a Dios, buscar a Dios en todo”. Una convicción mística, una visión profunda de fe que forma parte esencial de su itinerario espiritual y de la herencia que nos legó a sus hijos los misioneros javerianos. Todo nos habla de Dios: una hoja, un camino, el rocío, el rostro del pobre. Ver a Dios sobre todo en el rostro del hermano.

Lástima del hombre de ojos de barro que solo ve lo visible…” (Nikos Kazantzakis) y puede que reduzca el mundo a los límites de una mirada oscurecida por la propia miopía o cerrazón interior. Tal vez nuestros ojos sean de barro, pero barro transfigurado por el encuentro con Jesús, por el contacto con su misericordia y bondad. Porque en contacto con Jesús, cada uno se encuentra consigo mismo y con lo mejor que hay en él. Jesús nos lleva a nuestra propia verdad; cuando alguien se deja iluminar y trabajar por Cristo, se le ilumina el corazón, se transforma su mirada y comienza a verlo todo con luz nueva.

Velos interesados

Escribíamos en el artículo anterior que Jesús va construyendo la verdad de manera compasiva y dialogada en su acercamiento a los desfavorecidos, heridos y vulnerables.

Jesús interpreta y vive la realidad desde “abajo”, desde los que no cuentan o están en los márgenes. La vive también desde “dentro”, es decir desde el amor de Dios, porque Dios está misteriosamente presente dentro de toda la realidad humana y Jesús sabe descubrir esa presencia y hacerla florecer y brillar.

El lugar social en el que uno se sitúa y vive condiciona su visión de la realidad, orienta su mirada, su perspectiva. Y Jesús se sitúa -por opción, por convicción y casi por necesidad, podríamos decir- junto a los pobres, consciente de la salvación que buscan y necesitan. Una salvación integral que tiene en cuenta las condiciones concretas de sus vidas, condiciones económicas, sociales, culturales, religiosas, por eso Jesús realiza actos salvadores, milagros.

La realidad social aparece envuelta en un velo, una especie de “encubrimiento ideológico”, un velo con el que los poderosos pretenden defender sus intereses que se verían amenazados si la realidad fuera percibida de forma distinta, ¿tal cual es?

No se trata de buena o mala voluntad sino de obstáculos reales, de velos creados por tantos intereses y a cuyo servicio trabajan numerosos medios de comunicación social que pueden producir una manifiesta ceguera.

Miradas distintas

También el evangelio nos ofrece una perspectiva desde donde mirar, interpretar e intentar transformar la realidad social. Desde la manera de actuar de Jesús. Es el Señor quien transforma e ilumina nuestra mirada y nuestro corazón pero hay que dejarse hacer. Lo vemos en muchos relatos evangélicos que nos permiten descubrir la existencia de distintas miradas, distintos corazones. Nos fijamos en el relato del ciego de nacimiento (Juan 9, 1-41). Jesús le abrirá los ojos; sin embargo, cuando se encuentra con corazones obstinados no puede hacer nada. Es el caso de los fariseos en este mismo relato.

De entrada, Jesús ve una persona de carne y hueso, un hijo de Dios necesitado de una salvación concreta, un hombre herido y marginado por arraigadas creencias culturales, sociales y religiosas. Los fariseos miran desde una ley que se ha vuelto inhumana porque se ha desconectado de su fuente, ya no es expresión de la bondad de Dios, de su voluntad de vida para su pueblo.

Jesús se sitúa dentro del sufrimiento humano que él acoge desde la compasión y la belleza de Dios; los fariseos se sitúan dentro de una ley rígida que ellos manipulan en beneficio propio, de su prestigio y aureola, creyéndose los únicos intérpretes autorizados. No han comprendido la palabra de Dios: “con amor eterno te amé; por eso prolongué mi misericordia”. (Jeremías 31, 3) Han convertido la ley en un velo que oscurece e impide ver al hermano de carne y hueso, un velo que insensibiliza frente al sufrimiento y que falsea la imagen de Dios. Se han vuelto ciegos y no reconocen en Jesús la encarnación de ese amor eterno y compasivo.

 Impacto existencial

El ciego está animado por el deseo de salir de su oscuridad. Sus tinieblas le han preparado para la salvación. De alguna manera veía con el deseo, con el corazón. Tenía los ojos del corazón limpios, por eso acoge al Mesías en ese hombre que le ha abierto los ojos con barro, con saliva, con mucha bondad. El barro que evoca el gesto creador de Dios es todo un símbolo de la creación del hombre nuevo que se produce por la fe. Jesús ha abierto su corazón a la esperanza. Y el ciego sanado descubre su verdad en el rostro misericordioso de Jesús del que brota la luz en todo su esplendor.

Una dura marginación social y religiosa era el enorme “precio existencial” que pagaban tantos enfermos, sobre los que, además, se colocaba una horrible etiqueta: su enfermedad era consecuencia del pecado, así lo expresan los mismos discípulos. El encuentro con Jesús será tan hondo y liberador que provocará un impacto existencial que llenará sus vidas de esperanza para siempre. Un corazón compasivo, una mirada limpia sanan las relaciones sociales, derriban muros y etiquetas, devuelven el gozo y la dignidad.

Los fariseos del evangelio son capaces de negar lo evidente para no tener que aceptar una realidad que les obligaría a un cambio radical; tendrían que abrirse a otra imagen de Dios más humana, más compasiva, más libre y menos atada a nuestras pequeñas mentes y razonamientos.

Presumían de ver pero en el fondo estaban ciegos. Su ceguera les impide descubrir y acoger la misericordia de Dios revelada y siempre activa en Jesús, ceguera producida por prejuicios ancestrales, por la coraza de las propias certezas, por las ataduras de una ley religiosa mal entendida. La peor ceguera es la que nos hace ver exclusivamente lo que deseamos ver. No basta con poseer la vista. Hay que aprender a mirar… con el corazón.

Aprender a dilatar y descontaminar el corazón, todo un desafío. Descontaminarlo para que se dilate, abrirlo a la invasión de un amor más grande.

P. Carlos Collantes sx

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