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  • P. Carlos Collantes sx

30. Curar el virus de la injusticia social

21 Septiembre 2023 775

La pandemia –son palabras del Papa Francisco- ha dejado al descubierto la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo. Ante esta situación, la respuesta es doble. Por un lado, hay que buscar una vacuna para el virus, que esté al alcance de todos. Pero también es necesario curar otro gran virus: el de la injusticia social, la marginación y la falta de oportunidades para los más débiles.

Hoy nos preocupan las consecuencias sociales de la pandemia. Muchos quieren volver a la normalidad y retomar las actividades económicas, pero esa “normalidad” no debería incluir las injusticias sociales y la degradación ambiental. Tenemos una oportunidad para construir algo nuevo. Por ejemplo, dar impulso a una economía donde las personas, y sobre todo los más pobres, estén en el centro; una economía que contribuya a la inclusión de los marginados, a la promoción de los últimos, al bien común y al cuidado de la creación”. (Audiencia 19 agosto 2020)

La sabiduría que Jesús vive es la de la compasión y de la libertad para acercarse a los más vulnerables y descartados y hacerles sentir la bondad de Dios. Esta sabiduría choca con frecuencia con la sabiduría de los escribas y fariseos que era la sabiduría dominante, la sabiduría de las élites de su tiempo, interiorizada también por la gente sencilla que respetaba a los fariseos.

Gafas culturales

La compasión que incluye la justicia social es la manera más humana de ver, porque es divina. Humaniza a quien mira en profundidad y acoge la humanidad del otro, reconociendo la propia vulnerabilidad y liberándose de posibles intereses egoístas. Una sabiduría alternativa. Un amor que va más allá de la justicia sin olvidarse de esta, al contrario, ya que es el mismo amor el que está exigiendo la justicia social. Entre compasión y justicia no hay oposición, sino mutuo enriquecimiento.

Con frecuencia nuestra manera de entender y vivir la vida está moldeada en buena medida por los valores o rasgos culturales dominantes en nuestro entorno; una especie de “conciencia colectiva” que nos va configurando sin que seamos del todo conscientes y, de esta manera, vamos interiorizando un conjunto de criterios, rasgos, pautas de comportamiento que orientan nuestro estilo de vida. Miramos la vida con nuestras “gafas” culturales. Es normal e inevitable en cierto sentido, pero podemos adquirir un espíritu crítico para modificar, corregir y enriquecer nuestra mirada con otras sabidurías.

En el relato evangélico del ciego de nacimiento al que nos referíamos en al artículo anterior, los discípulos preguntan a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó este o sus padres para que naciera ciego?” Esta pregunta desvela el peso del ambiente cultural interiorizado por los discípulos. La pregunta y la mirada de los discípulos responden a la “sabiduría convencional” propia de su entorno cultural y reflejan el sentir mayoritario que se ha ido configurado a partir de ciertas creencias y supuestos valores.

Con frecuencia actuamos al dictado de la cultura dominante, y no somos todo lo libres que imaginamos. Nuestro estilo de vida, nuestros criterios ¿son de verdad nuestros o interiorizados, de manera poco reflexionada y crítica del aire cultural que respiramos?

¿Qué libertad?

El Papa Francisco denuncia con firmeza la llamada cultura de la indiferencia, del descarte, del bienestar que tiene en la base algunos rasgos determinantes como el individualismo posesivo e insolidario y un “consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental” (Ls 219); o una libertad “que deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos” (FT 13). Un tipo de cultura muy marcado por una determinada concepción de la economía que lo invade y condiciona todo, que contamina las relaciones sociales y adultera la política buena y necesaria. Son lógicas económicas propias de un neoliberalismo dominante y cruel que intenta, con medios muy poderosos, colonizarnos cultural e ideológicamente. Ciertamente hay otros rasgos positivos en nuestra cultura. El Papa nos invita con frecuencia a vivir la cultura del encuentro, de la acogida, de la solidaridad.

La actual economía financiera ha colonizado completamente la política haciendo de esta una servidora de los intereses de los poderosos. Es una economía que segrega una serie de rasgos culturales que nada tienen que ver con el evangelio. Por ello, la política tiene que recuperar su autonomía y ponerse de verdad al servicio del ser humano, del bien común, de los más desfavorecidos y del cuidado de la creación.

La cultura del bienestar anestesia, nos encierra en una burbuja confortable y nos insensibiliza, intenta ocultarnos el rostro de las víctimas, el sufrimiento del hermano. Es la cultura del “sálvese el que pueda” que no reconoce vínculos que nos unen los unos a los otros, vínculos de solidaridad y fraternidad. Una cultura segregada por los mecanismos y resortes de un capitalismo que al intentar ocultarnos el rostro del hermano nos oculta también el de Dios. El capitalismo, como sistema, al ser idolátrico es en el fondo inhumano y ateo.

Virus humanos

En el origen de esta cultura del descarte existe una gran falta de respeto por la dignidad humana, una promoción ideológica con visiones reduccionistas de la persona, una negación de la universalidad de sus derechos fundamentales, y un deseo de poder y de control absolutos que domina la sociedad moderna de hoy. Digámoslo por su nombre: esto también es un atentado contra la humanidad”. (Del video mensaje del Papa Francisco a la Asamblea general de la ONU septiembre 2020)

Cito un texto largo de actualidad: Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos. El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus -¡que es importante!-, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará… (Papa Francisco. Audiencia 30 septiembre 2020)

Invisibles

De la cruz, plantada en el corazón de la historia, fuente de sentido y fecundidad, brota una “mística de ojos abiertos”, sensible y atenta ante quien sufre (EG 198, 209). Nuestra fe lleva consigo la memoria de un Dios crucificado y es, por ello, un recuerdo permanente de todos los crucificados. Y el grito del crucificado, al igual que tantos gritos de numerosos hermanos, no tiene nada de virtual. Un grito molesto y desazonador.

La misión es también generar una cultura, una ética y una espiritualidad alternativas a las generadas por el neoliberalismo que produce espiritualidades engañosas, contaminadas por un individualismo posesivo y narcisista; espiritualidades intimistas de bienestar, sin solidaridad social ni compasión, cerradas al sufrimiento de las víctimas, de los descartados; espiritualidades en consonancia con la visión de la persona propia del neoliberalismo, pero opuestas a la espiritualidad evangélica.

Dichosos los limpios de corazón…” Esta bienaventuranza nos invita a ver a Dios en aquellos que nuestra sociedad ignora o pretende invisibilizar. Mística de ojos abiertos.

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