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  • P. Carlos Collantes sx

32. Dichosos los que trabajan por la paz

16 Diciembre 2023 436

La paz. Aspiración profundamente arraigada en el espíritu humano, aunque el conflicto forma también parte de nuestra condición humana incompleta y contradictoria. Tan es así que, a veces, maduramos y nos construimos a golpe de conflictos. No los buscamos, se presentan, tal vez a causa de nuestra limitación, de nuestras sensibilidades diferentes, a veces de intereses contrapuestos. Y otras veces, a causa de una psicología herida. Nos referimos evidentemente a los conflictos que se dan en nuestras relaciones interpersonales, no a los conflictos armados.

El mismo Jesús se vio envuelto en conflictos; su misma bondad los provocó porque al oponerse a tanta injusticia chocó con tantos intereses creados, costumbres, leyes, autoridades religiosas y políticas, y terminó ajusticiado en una cruz, aun siendo como es, para nosotros, el mayor constructor de paz.

Una paz arriesgada

La paz, es su saludo amistoso como resucitado, expresión de una vida nueva y plena que va más allá de un simple deseo. Su palabra y su vida construyen y hacen posible la paz profunda y duradera. La paz, además de tarea nuestra, es un don de Dios que pasa por la entrega de Jesús. No es una paz fácil la que Jesús nos ofrece y pide que vivamos y construyamos, como nos recuerda la Escritura: “Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”. (Col 1, 20) Una paz que, en las circunstancias históricas de nuestro mundo tal como funciona y donde el mal también actúa, ha pasado y sigue pasando por la cruz, es  decir, por tantas vidas entregadas a favor de los hermanos y de la dignidad de los más vulnerables y que trabajan por la justicia y la reconciliación arriesgando sus vidas.

Conocemos el adagio del mundo militar romano: “si quieres la paz prepara la guerra”. La paz no se puede conseguir con la violencia y la preparación guerrera, sino una incierta y precaria seguridad o una relativa tranquilidad para no ser atacado, pero que obliga a vivir en un clima de sospecha y desconfianza permanentes, en una espiral de competitividad y que lleva sobre todo a gastar recursos muy necesarios para otras necesidades humanas, recursos sustraídos de urgencias humanas y que pagan sobre todo los colectivos más vulnerables. La verdadera seguridad pasa obligatoriamente por el respeto de la dignidad de cada persona, de los derechos humanos, por la confianza, el diálogo y la aceptación fecunda de la diversidad.

Con algunos presupuestos bélicos actuales hace tiempo que el virus del hambre habría sido definitivamente vencido y tendríamos asegurada sanidad y educación gratuitas para todos. Todas las personas podrían vivir con mayor dignidad y los derechos básicos de todos se verían respetados. Por eso, los ingentes gastos militares no dejan de ser un atentado contra los derechos humanos más básicos.

Escribe el Papa en su última encíclica sobre la fraternidad y la amistad social citando la Populorum progessio de Pablo VI: “Y con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna”. (FT 262 y PP 51)

La cultura del muro

Chocamos con las contradicciones del corazón humano, contradicciones que terminan cristalizando en sistemas injustos, en cegueras colectivas, en posiciones de poder, en turbios negocios, en intereses inconfesables. Es –¿por qué no decirlo?- la presencia y acción del mal.

El miedo al otro, sobre todo al otro diferente, es una poderosa emoción que con frecuencia mueve a las personas y que afecta a las relaciones interpersonales. Pero cuando entramos en el ámbito de las relaciones políticas o internacionales, entre grupos humanos, pueblos o naciones el miedo colectivo puede estar manipulado y agitado por mentes enfermas, por psicópatas en el poder, por partidos xenófobos, por líderes sin escrúpulos, por turbios y poderosos intereses económicos y, hoy día, por las redes sociales tan fáciles de utilizar con poca responsabilidad. Y entonces, personas de buena fe se dejan arrastrar por manipuladores de emociones colectivas, por medios de comunicación al servicio de intereses espurios, ocultos; incluso, y a veces, por líderes fanatizados supuestamente religiosos.

Escribe el Papa en la citada encíclica: “Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el abismo, el territorio de lo desconocido, el desierto. Lo que proceda de allí no es confiable porque no es conocido, no es familiar, no pertenece a la aldea. Es el territorio de lo “bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que sea. Por consiguiente, se crean nuevas barreras para la autopreservación, de manera que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a ser sólo “ellos”. Reaparece «la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad» FT 27.

¿Qué significa la paz?

En el pensamiento bíblico la paz es una realidad muy rica de significados y contenidos, en general podríamos decir que se identifica con la felicidad plena.

Cuando nos encontramos con una persona, solemos preguntar ¿qué tal estás? El hombre bíblico de cultura semita pregunta más bien: ¿estás en paz? Curiosamente, es la misma pregunta con la que las personas al encontrarse se saludan también en otras culturas africanas, en concreto la que yo más conozco. Recuerdo un catequista que a mi pregunta-saludo: ¿estás en paz?, siempre me contestaba de la misma manera: “una cierta cantidad”. La paz nunca es vivida o sentida de manera plena ni definitiva y menos en culturas impregnadas por un sentido fuertemente comunitario, por una clara conciencia de estar y vivir vinculados a los nuestros, y los vínculos son numerosos llegando a incluir a los antepasados. Yo puedo sentirme bien, pero otros miembros de mi extensa familia puede que no lo estén o puede que las relaciones estén atravesadas por conflictos que nunca faltan, o por miedos que atenazan el corazón humano.

Volvamos al sentido bíblico de la paz que en un primer sentido se identifica con tener buena salud, aunque significa mucho más. Porque si la paz es pensada en un primer momento como felicidad terrena poco a poco se irá convirtiendo en un bien cada vez más espiritual ya que su fuente es Dios mismo.

La paz significa el bienestar de la existencia cotidiana, es la situación del hombre que vive en armonía y se expresa en una relación de confianza mutua; refleja, por ello, una situación de concordia fraterna. Y concordia significa corazones unidos. El deseo de paz expresa y condensa la suma de los bienes materiales y espirituales.

Finalmente, la paz “es lo que está bien por oposición a lo que está mal” (Prov 12, 20). La justicia es camino obligado hacia la paz, de manera que la paz es “fruto y signo de justicia”. Por ello, la paz no es la simple ausencia de guerra, sino plenitud de dicha.

Estas breves explicaciones bíblicas están inspiradas en los ricos comentarios del Vocabulario de Teología Bíblica del gran biblista X. Léon-Dufour sj.

 

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